La ventana del desengaño

jueves, 10 de febrero de 2011

EL PODER DE TU SONRISA





Título:El poder de tu sonrisa
Virginia está en la treintena y piensa en el amor, necesita encontrar a alguien en su vida. Este libro cuenta una fase importante de ella, sus relaciones con la familia, con sus amigas, y con Emilio, el hombre de su vida, o por lo menos el que ella cree que puede ser el padre de sus hijos. Es una historia llena de alegrías, de nostalgias y de momentos duros. Una novela con juegos de seducción, de pasión, de rupturas y de reconciliaciones; de viajes de ida y vuelta y de viajes sin retorno que se entremezclan y ayudan a la protagonista a ilusionarse con algo que tenía olvidado, el amor.
Leer un fragmento:
Pienso que la mejor manera de acercarme a ti es alejándome. Es como un imán cuya atracción implica un cambio alternante de polaridad.
Ese sábado bajó como todos los sábados a comprar el periódico, con su traje de lino blanco y su sombrero panamá, acompañado de ese aire tan majestuoso que le caracteriza, como si nada a su alrededor existiera o tuviera más importancia que él mismo. Solía caminar saludando a todas las damas con una reverencia casi señorial, separando el sombrero unos centímetros de la cabeza. Ellas siempre le sonreían e incluso, si iban juntas más de dos, cuchicheaban al reparar en su apuesto estilo y distinción.
Eso le gustaba. Después de su habitual paseo por las calles del barrio, se sentaba en el banco que da al asombroso Parque del Retiro y allí permanecía un rato mirando las palomas que picoteaban las migas de pan que las señoras mayores lanzaban al aire.
Aquella mañana primaveral, sentado en su banco, lo vi leyendo uno de los que quise imaginar sus libros favoritos, Alma color salmón de Olga Bejano. Curiosamente yo había oído hablar muy bien de él y no pude por menos que acercarme a preguntarle, eso sí, de una forma que pareciera tan imprevista como casual. Mi orgullo femenino estaba en juego y no podía echarlo a perder en mi primer intento de acercamiento. Lo cierto es que tenía claro que él sería para mí; esas intuiciones femeninas raras veces suelen fallar. Saqué del bolso un pequeño sándwich y, sin mediar saludo alguno, me senté en el banco en el que continuaba absorto en tan interesante lectura. Impulsada por ese instinto tan natural del que sólo es consciente el que no maneja la situación, me puse a echar miguitas a las palomas. Él me miró de reojo. Lo sabía, en realidad no porque lo viera, simplemente porque así lo noté. De nuevo el instinto. Sin embargo, lo que quise que pareciera una escena de tierna mañana de sábado a él le pareció un verdadero despropósito.

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